Son las 6 de la mañana. ¡Boom! Cae la primera bomba en Hama, Siria, y Mayte Carrasco se despierta. Será la primera de muchas más. “Las bombas cambian a la gente”, muestran la verdadera naturaleza humana. Unos huyen, otros se quedan a ayudar a los heridos, otros mueren, y Mayte, cámara en mano, es la encargada de ser la voz de los muertos. Se puede sentir el miedo en cada esquina y el olor de la muerte, ese olor tan especial y repugnante que nunca se va de las fosas nasales.
Para entrar a Hama tuvo que caminar 3 kilómetros por las cloacas junto a la resistencia siria, sin saber los peligros a los que se podrían enfrentar. La ciudad estaba rodeada por tanques de Bashar al-Ásad. Más de 200 bombas al día en 6 kilómetros cuadrados. Los que escapaban de los cañonazos mueren de inanición, y otros de pena. Otros muchos se convertían incluso en asesinos porque la guerra, es la mejor revelación del alma humana.
El miedo es lo único que la ha mantenido a salvo, es una reacción que todo ser humano tiene que tener para salir corriendo. “En el momento en el que pierdes el miedo, estás muerto”, relataba Mayte con crudeza. A pesar de haber vivido tantas barbaries, ya que ha cubierto todos los grandes conflictos desde 2008, ella sigue con la sonrisa en la cara. ¿Cómo es posible que ver tales masacres no martiricen a una persona de por vida? La solución es simple. En el terreno deben saber quién es quién. Deben saber quién es el asesino, quién el médico y quién el periodista: el encargado de grabar esas imágenes y transmitirlas al mundo. La clave está en la disociación, necesaria para no sentir el dolor ajeno.
La sala de La Térmica, oscura, con paredes negras, poca iluminación y cálida, invita a adentrarse en las historias que cuenta Mayte. Se respira un ambiente cercano, íntimo, casi familiar. Mayte, sentada en una silla amarilla relata sus vivencias con entusiasmo, emoción y añoranza. Comenzó con timidez, pero poco a poco se relaja e incluso llega a bromear, aunque siempre haciendo reflexionar sobre temas delicados, que, claramente cambiarán la visión de los asistentes.
Para ser reportera de guerra hay que tener ciertas dotes, y ella las tiene todas. Trabaja “en un mundo de hombres”, donde sin lugar a dudas supera a todos sus compañeros por sus agallas. Ser ingenua le permitió ser corresponsal de guerra, “porque si lo sabes todo, no vas”. Pero, sobre todo, lo que la ha mantenido viva es el miedo a morir. Confesó que llegó un momento que estaba tan acostumbrada a la muerte, que perdió el miedo, se creyó inmortal. Esta es la perdición de muchos corresponsales, no temer a nada y no estar alerta ante los peligros.
Desde pequeña estuvo muy obsesionada con la muerte, que refleja a la perfección en sus libros. El primer muerto que vio, no fue fácil. En la guerra de Rusia, conoció “el olor de la muerte”. “La muerte tiene un olor tan peculiar”, nunca se olvida y puede reconocer en cualquier lugar si hay un cadáver. Lo curioso de la guerra, donde se vive una gran masacre, es que te aproxima a la vida, te hace querer tener experiencias vitales porque sabes que ese puede ser tu último día.
Ser mujer y estar en una guerra no es fácil, pero tampoco lo es siendo hombre. Mayte confesó que es mejor ser reportera en una guerra, que en Occidente, aunque se tienda a pensar lo contrario. En los países musulmanes y de Oriente Medio les tienen mucho respeto y admiración a las mujeres periodistas. Las ven como un instrumento para que la gente conozca sus historias, para sacar la verdad a la luz. En Occidente, sin embargo, ha sentido que la trataban “como un jarrón chino o como divertimento”.
Y después de haber vivido en un auténtico infierno, Mayte sigue su camino como escritora. Ya no necesita estar en primera línea para contar lo que pasa. En su último libro, Espérame en el paraíso, narra la guerra civil de Siria donde los lectores se pueden acercar un poco más a lo que realmente está sucediendo en el país y que, por desgracia, los medios no cuentan. Pero, aunque ya no cubra las guerras desde el frente, nunca dejará de ser la voz de los muertos.